Y de repente, sin saber cuándo pasó, mis emociones en la relación de pareja se escondieron, como una niña asustada y huérfana, se ocultaron en lo profundo de mi corazón, llevando consigo la tendencia a esconderse cada vez más profundo, buscando refugio, ese lugar que guarda el amor de mamá custodiado por el amor de papá.

Fui consciente hace poco, que la mirada hacia el hombre había cambiado en mi, como si en algún momento de mi vida algo o alguien se hubiera llevado el amor romántico, creyendo que me hacia un favor, creyendo que así ya no dolería y sin embargo, tan sólo era un gesto de supervivencia, como una pequeña gran anestesia para permitir ocultar mis sentimientos, si cabe aún, más profundos todavía.

Camino por la vida ajetreada, poniendo foco en lo que acontece delante, sin querer mirar ese lugar mío de soledades profundas, sin dejarme sentir el dolor de mis heridas, creyendo, desde mis creencias fabricadas en esa decisión que tomé en algún momento, sin ser consciente que en cada una de ellas existe un cachito de mi corazón doliendo, una emoción sangrando, un sentimiento supurando para llamar mi atención y yo, tan solo las tapo, las escondo, las pinto, las adorno, la cubro con sedas, colores, sonrisas y diálogos de inexistencia para, de esta forma, no detenerme a mirar como lloran solas y atenderlas y limpiarlas y sanarlas.

Creía que el amor era universal, sin nombres ni género, sin mentes, con el corazón envuelto en alma y listo para salir al mundo y, cuando me hallo en esta observación, cuando creo estar convencida de que puedo seguir caminando con mis heridas guardadas y fingidas, creyendo haber sanado desde lo oculto, sin mirar de frente a mis miedos, a mis sangrantes duelos, a mi misma y mis aventuras, cuando creo sentirme huérfana y viuda de emociones y sentimientos y elijo seguir caminando por este mundo de formas, intentando dar forma a mis encuentros, la mirada del amor se me muestra y me detiene y me habla y me acaricia y me susurra y me roza y me baila y me calma con su ungüento de paz y desde la quietud más absoluta, descubro de nuevo todas y cada una de mis heridas con otra mirada, sanando de un plumazo alguna de ellas y dejando que el oxígeno deje respirar a las otras.

Y como un baile de encuentros, con amabilidad, con ternura, sin prisas y desde la observación del perdón, soy consciente de que el dolor calmó, que ocultar no sana, sólo provoca más dolor, olvidando ya desde dónde y en qué lugar me hirió, contagiando todo a su paso, ensombreciendo el cuerpo, la mente y el alma.

Levanto mi mirada hacia la presencia del amor, en este instante permanezco y soy consciente de que el perdón ha venido a visitarme para regalarme La Paz, “ha estado bien hasta el momento, aunque ya es suficiente para ti de esto. Ahora toca dejarte en La Paz y perdonarte entera, dejar que yo bañe tus heridas y las adorne de calma y brisas de felicidad” eso me dice su mirada, sus caricias, su ternura.

Y en un instante de tiempo, soy consciente que nunca fui huérfana, ni viuda, sólo fueron elecciones para sanar mi dolor desde un lugar egótico, desde la separación y el juicio hacia mi misma y hacia las circunstancias que rodeaban ese lugar de sombras. Una elección de vida que me privaba de ella. Una decisión perfecta que me dejó permanecer en la soledad para poder encontrarme de nuevo, para recordar que no estoy sola, que nunca lo he estado y nunca lo estaré, pues el amor siempre camina conmigo, a mi lado, recordándome que soy una con Dios, desde el respeto a mis elecciones, entre las luces y las sombras, sin soltarme ni un solo instante.

El amor se sirve de personas, “PERSOM’S MEDICINA”, para ayudarnos a comprender, para facilitarnos el perdón a una misma, para sanar las heridas y volver al amor que somos. Personas que con sus palabras, gestos, miradas y presencia van colocando tiritas impregnadas en ungüento de vida, dejando que las heridas curen en su totalidad con el tiempo, devolviéndote a la vida.

Gracias infinitas al amor.

Gracias infinitas a mi alma y su permitir volver a su esencia.

Gracias a las PERSOM’S MEDICINA, por respetar nuestro pacto y encontrarnos en este mundo de formas, en el momento correcto y perfecto.

Maku Sirera Pérez