Honrándote en cada instante me siento, tomando de ti hasta tu ausencia. Gracias por darme la vida.
Maku Sirera Pérez
Huérfana es la palabra que me trae al aquí y ahora, que me devuelve a la realidad del momento y me hace madurar de golpe. El suelo metafórico que me sustentaba se volvió invisible y todo mi mundo se desvaneció y desapareció. Cuando fallecen ambos progenitores la vida se para y ya nada vuelve a ser igual.
Esa niña que habita en mi se mostró, desolada, abatida y sin un suelo que la sustentara, de repente, sin más aviso que «mamá ha fallecido» se tumbó en el suelo de la vida y comenzó a llorar sin consuelo y sin respiración. Es uno de los momentos más críticos que he vivido, no conocía la vida sin ellos, primero mi padre y veintisiete años después, mi madre.
En el momento que la vi, postrada en su cama, sin vida, todo mi mundo se desplomó, y el suelo que creía tener bajo mis pies desapareció. Quise darme la vuelta, como una niña, para buscarla y no hallé nada, la puerta de mi hogar se había cerrado para siempre, esa niña ya no podía volver al regazo de su madre, ya no podía volver… Mi corazón se despedazó y toda yo dejé de existir por un instante… un instante que pareció toda una vida. Tantas veces que creí tener este momento superado, que me había despedido de mi madre estando ella presente, recibiendo sus caricias, esas que me daban aliento para seguir viviendo y sin embargo, llegado el momento, ninguna despedida, ni ningún abrazo, ni ninguna palabra me sirvió de consuelo. «La puerta de mi hogar se había cerrado y no podía volver a la vida».
En ese momento me di cuenta que la primera vez que mi corazón se rompió y tuve que coserlo con la ayuda de mi YO adulto fue con el fallecimiento de mi padre, sin embargo, en aquel momento tenía a mi madre a mi lado y con ella la vida seguía. Lo cosí y me restablecí con su ayuda. En esos momentos no sentí que la puerta de mi hogar se cerrara para siempre, fue una pérdida más de espacio, de fuerza, de vitalidad y confianza que fui recuperando y transformando con la ayuda de mi madre, «todavía me quedaba ella, mi mundo se había vuelto mucho más pequeño y parecía tener muy poco espacio, sin embargo la puerta no se había cerrado,».
Yo era madre de unos niños siendo una niña. Con el fallecimiento de mi madre tomé consciencia de mi inmadurez. A pesar de ser madre, me he descubierto muchas veces en modo niña, moviéndome por las relaciones con un chupete y dos piruletas, así, con faldas y a lo loco y sin consciencia. «Todavía la tenía a ella», una forma de comportarse que he observado en mi consulta muchas veces. Somos inconscientes de nuestros actos mientras somos hijos y un día, sin que te puedas preparar para ello, la vida te detiene, te sienta, te mira a los ojos directamente y te dice, «ya es hora de tomar tu camino, de colocarte en el lugar de tu YO adulto y abrazar a la niña, recogerla y hacerte cargo de ti y de tu vida». Ya no hay nadie donde refugiarte, donde volver para colocarte tu chupete y ser amamantada emocionalmente por «LA MADRE», e impulsada y protegida por «EL PADRE», ahora toca tomarte muy en serio tus escenarios y dejar las piruletas para tus hijos. Ahora eres tu propia madre y tu propio padre y toca hacerte cargo de ti y de tus descendientes.
Tomar al padre y a la madre con todo, tal y como fueron, tal y como fue y respetar su decisión de volver al lado del amor, teniendo la certeza que desde ese lugar será más fácil tomarlos, honrarlos y recibir sus bendiciones.
Cuando los padres fallecen la vida se torna diferente, esta te da un golpe de realidad y te sacude. Tus cimientos tiemblan y todo cuando habías sujetado, pensado que te pertenecía, cae bajo tus pies, llevándoselo con la caída de su partida. Tienes que TRANSFORMARTE, construir un suelo nuevo con la ayuda de lo vivido con ellos, de su legado, de sus besos, sus abrazos, sus caricias, sus risas, sus dedicaciones, sus momentos y también sus límites, sus riñas y sus doctrinas, todo sirve para volver a comenzar.
Con la última partida, van pasando los días y entre lágrimas y dolores físicos te vas haciendo cargo de ti, vas recopilando encuentros, conversaciones, muchas de ellas en sueños que parecen reales. Abrazas su ropa y te desprendes de ella. Abrazas sus fotos y las guardas como un tesoro sagrado. Miras a tus hermanos y los ves, los sientes e incluso parece que los escuchas y tu corazón te muestra las costuras que vas hilvanando con colores de esperanza. Unimos nuestros corazones y nuestras manos para recoger sus cosas y hacerlas nuestras y entre risas de recuerdos y lágrimas de limpieza nos consolamos, nos desprendemos, los honramos y volvemos a caminar.
Cierras la puerta de su casa, la última vez antes de ir al notario para entregarla, ya nada volverá a ser lo mismo, esa vuelta de llave te indica que es el final de un ciclo vivido bajo su mirada que «nunca más volverás a sentir físicamente». No volveré a ese lugar a buscar a mi madre ni a mi padre, nunca más volveré a esconderme en su regazo, jamás volveré a dormir en mi cama, ni tampoco mis hijos, no volveré a verlos ni a escuchar su voz porque la vida nos relega y nos coloca en primera fila. Ahora soy yo la madre, ahora yo me hago cargo de mi y de mis hijos, ahora soy yo la puerta de acceso donde ellos pueden volver siempre que quieran a cobijarse, ahora soy yo ese lugar de vuelta a recomponerse para salir de nuevo al mundo y vivir. Como decía mi padre «Soy Caliu», ahora me toca a mi serlo.
Me siento una persona muy afortunada por los padres que he tenido y que desde el lado del amor sigo teniendo. Tengo un lugar para mirarme y saber cómo ser hogar, «Caliu» para mis hijos. Me siento agradecida por tanto, por haber elegido los padres perfectos para mi, con todos sus sueños rotos y con sus sueños realizados han sido dadores de vida y presencia. Cuando me hallaba entre sus brazos no era consciente de tanto, ahora lo veo, lo tomo y lo honro, ha sido toda una vida de regalos. Me siento afortunada e inmensamente agradecida.
La puerta de vuelta al hogar se cerró cuando ellos se marcharon aunque me dejaron la llave para abrir la mía.
Maku Sirera Pérez
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