Si las dice un progenitor o un hermano mayor, ¿Cómo no voy a creerlas? Pertenecer es una necesidad básica. Por amor las recojo y con  amor me las quedo y las hago mías.

Maku Sirera Pérez

¿Quién te va a querer a ti? Eso escuchaba de pequeña, recibiendo esa afirmación como una triste noticia que convertía mi camino de vida en un lugar pantanoso, engulléndome de un suspiro hacia el interior de la tierra y allí, mi respiración, se cortaba y el aire se convertía en un denso sonido de inexistencia, se esfumaba la posibilidad de respirar y de vivir.

En ocasiones, cuando mi negación externa era mayor que mi afirmación interna, venía a visitarme Morfeo, disfrazado de príncipe salvador del dolor y con sus delicadas manos y con unas grandes alas tiernas, me recogía e inducía un sueño rápido y reparador, desconectándome de este mundo, un lugar de negación del ser y del amor, volviéndome más invisible.

Y ahí, en brazos de Morfeo, mi príncipe rescatador de momentos fúnebres y de palabras hirientes, me recomponía para, unas horas más tarde, sentirme capaz de nuevo de volver a lo que yo creía que era la vida.

Con cada encuentro con Morfeo, fui construyendo un lugar para habitar segura, un castillo alto, muy alto, tan alto que era fácil respirar la libertad y el oxígeno que en este lugar me envolvía, paralizando cualquier palabra que se dirigía a mi en forma de fino alfiler, desvaneciéndose como pequeños “nadas”, hacia el mismo lugar desde dónde eran lanzados.

Me acostumbre a vivirme en ese castillo, tanto, tan cómoda y tan fácil que fui creyendo que era mío y con el tiempo y el atesoramiento de las emociones que allí sentía, fui adquiriendo dragones, cocodrilos y guardianes, que me alejaban cada vez más del mundo que yo creía real.

Un lugar que me alejaba del dolor de sentirme negada, de creerme que no era merecedora de que nadie me amara , ¿Quién me iba a querer a mi? Flaca, fideo, escoba, melsa, poca cosa, esmirriada, enferma e incapaz de alimentarme, sostenerme y aprobarme a mi misma, ¿Quién me iba a querer a mi siendo todo eso y más? Pues nadie y mucho menos yo misma.

Y así, en brazos de Morfeo, regresaba a ese lugar en el que era yo y creaba una persona que nadie conocía y que nadie negaba. Respiraba, ensanchaba los pulmones donde habitaban las emociones y la piel de mi alma iba tornándose de color vida. Fuera de la consciente realidad y de las palabras que se convertían en finos cuchillos, que se adentraban en lo profundo de mi ser, fui destapando una a una mis heridas y oxigenando el dolor. Ese Castillo mío era un sanatorio, Morfeo mi salvador y mis guardianes enfermeros, portadores de remedios notables con mágicas habilidades para detener, con el mayor de los cuidados, cada una de las dagas que venían directas a mi corazón.

Aprendí, en aquella soledad sanadora a sentirme capaz de recibir la vida, de tomarla, de aprobarme en ella y bajar poco a poco a tierra, desde las alturas de mi guarida y permanecer en ella sintiéndome valiente. Acariciar el camino con el pensamiento, acariciar amablemente la vida bajo mis pies y tener el mundo en mis manos, para juntas y al mismo tiempo o sin tiempo, envolvernos en un baile de caricias y roces delicados con firmeza.

Hoy, soy capaz de mirar mis cicatrices desde el amor, descubrirlas y agradecer su dibujo. Hoy, doy las gracias a Morfeo por salvarme en cada desconexion, del mundo que yo creía real y dejarme reposar en mi adorable castillo, ese lugar lleno de magia, de quietud, de paz y de vida que aún hoy visito, recorro y tomo, tumbada en el suelo, escuchando desde las alturas, el latido de la madre tierra, de la vida misma sin necesidad de guardianes, aunque todavía acompañada por ellos, como fieles faros del alma.

El amor no es un estado, no es una emoción y tampoco un sentimiento, el amor es un lugar para soñar, un lugar para vivir, un lugar para habitar con decisión y consciencia, sin cálculo de límites, razón o cordura.

Miro mis pies como deciden caminar, a tramitos de vida, por ese lugar hermoso que me provoca olvidar mis heridas, mis duelos ocultos, colocando bálsamo delicado en cada lágrima vertida y observando cómo la tierra rejuvenece y con ella yo, volviendo a mi infancia, sanando lo rugoso del camino, allanando las piedras y construyendo con ellas un hogar seguro y firme, como la roca que no precisa de alturas, ni fosos, ni lanzallamas. Todo nace en mi interior y es alimentado desde el aire libre que respiro ahora.

Soy capaz de sentir la energía, de mirar a mi alrededor y observar el destello y el brillo de ésta, que se manifiesta como chispitas de luces alegres, como confeti para el alma, como una fiesta de incalculable valor, que convierte este mundo, el que yo creo real, en un lugar mágico de residencia y permanencia, en el que quiero caminar y acariciarlo como si fuera un bebé recién nacido que necesita de mi, de mi amamantar, de mi mirar, de mi abrigar, de mi despertar y así, juntas, ser AMOR en mayúsculas, elegirnos ser consciente de instantes y conversando con Morfeo desde la tierra, con los ojos abiertos y el alma dispuesta a la vida.

Gracias a Morfeo, gracias a mis dragones, cocodrilos y guardianes, gracias a mi castillo y las alturas que me han proporcionado el oxígeno necesario, para sanar la profundidad de mis heridas. Gracias a mi alma que se ha permitido experiencias, que me han traído de vuelta al momento presente desde la amabilidad y el AMOR en mayúsculas.

Todo pasa por una razón mayor, porque no podía ser de otra manera, el AMOR me guía, me sostiene y me sustenta.

Maku Sirera Pérez