La SOMBRA, se construye en los primeros años de vida del ser humano, aunque no es exclusiva de éste, ella habita en la experiencia, en el inconsciente colectivo y humano, como llamaríamos “guardar en la nube” distintas cosas que decidimos apartar de nuestro día a día; experiencias, negaciones, traumas, dramas, duelos, no dichos, comportamientos no aceptados, ideas, emociones no permitidas y todas aquellas interpretaciones que en un momento dado, decidimos guardar en lo más profundo de nosotras, de nuestro ser, o como yo digo «en las profundidades de la Torre de Ego», que no en su ático.
«No se pueden montar dos caballos con un mismo trasero», con esto me refiero a la cantidad de elecciones conscientes e inconscientes que hacemos a lo largo del día. Si elijo la decisión de tomar un café, en el instante que decido llevar a cabo esta acción, ya estoy descartando tomar, en ese mismo instante un té. Si tomara la decisión de elegir beber las dos cosas al mismo tiempo, también estaría dejando a un lado la decisión de tomar una sola bebida. Como bien sabéis, vivir es relación, somos relación. Nos relacionamos con nosotras mismas y con nuestro entorno y de esta forma crecemos. Me gusta mucho decir «Se crece en relación»; interaccionando, comunicando, interactuando, rozando, dialogando, intercambiando, debatiendo, abrazando, mirando, doliendo, rompiendo, fracturando, llorando, riendo, observando, respetando, con la predisposición de aprender más allá de una misma, siendo en relación con los demás y nuestro entorno crecemos, vivimos y perdonamos. Nadie existe aisladamente y por esa misma regla estamos en constante elección al vivirnos en relación, es inevitable.
En los primeros años de vida, el bebé se vive en la certeza de la corrección, sin ser consciente de sus programas heredados y de los patrones que lleva impresos en las células y su información ancestral. Él es, se vive sin preocupación desde el programa de supervivencia activado y con el amor brotando por todas y cada una de sus partes humanas. No piensa si será o no sustentando en brazos de un adulto, su mente no está en la preocupación de si será alimentado o no, se vive desde la quietud de la certeza de que nada le falta. Con el tiempo, rodeado de los patrones, creencias y programas de los adultos, de su entorno y desde el ático de Ego y su mirada absoluta, va experimentando la negación de su ser. Van apareciendo las heridas de rechazo, abandono, traición, humillación e injusticia y creando los programas de aprobación y reconocimiento que le facilitan vivirse en relación y calmar, con ellas, la falta de aceptación. Repito, «Nadie existe aisladamente«.
Ego se vive entre su ático y sus profundidades, comparece con sus ropajes regalados, escogidos minuciosamente desde «el armario de Ego», con los que vamos fabricando nuestro personaje y facilitando el adaptarnos a un mundo de constructos de separación y juicios. Un mundo de formas, donde las formas son importantes para identificarnos y darle validez a lo que hacemos, a lo que tenemos y a lo que lo externo nos confía. Esos ropajes cubren nuestro ser y aíslan el dolor de sentirnos negados y también a nuestro verdadero YO. Vamos construyendo un personaje que nos facilita la relación en este mundo de formas, engrandeciendo las heridas, ocultas tras una máscara decorada de resignación social y familiar.
El amor, que existe por los siglos de los siglos y tiene el permiso eterno de la vida, se encuentra en lo que vemos con los ojos físicos y en lo que no vemos. Él nos ayuda a encontrarnos de nuevo con nuestra esencia, nos mantiene en conexión, sustentados y guiados por un cordón umbilical imaginario que jamás nos suelta, ni nos abandona. Entre ese ático de Ego y sus profundidades habita la paz, el amor y la esencia de lo que realmente somos, creando una dimensión paralela que permanece en la oscuridad, un lugar llamado sombra que custodia todo aquello que decidimos elegir ocultar, por tener las creencias de no ser aceptados en este mundo de formas, y ya sabemos que nadie existe aisladamente.
Desde su ático, Ego, se vive en la arrogancia, en la superioridad, en la divinidad, en el juicio ajeno y su narcisismo, exudando creencias limitantes que lo hacen más poderoso, sin embargo, todo este montaje, todo este escenario es irreal, es un cuento que nos contamos como diálogo interno de conversaciones con nuestro yo a nuestro YO y que se han elaborado antes en las profundidades del mismo Ego, ese lugar oscuro donde hemos ido guardando todo aquello que no ha sido aprobado por nuestro sistema familiar, social o propio. Cada vez que tomamos la decisión de darle valía a lo que los demás dicen creer que somos, enviamos a ese lugar oculto, custodiado por el amor eterno, lo que rechazamos de nosotras mismas, la verdad de un cuento contado por labios ajenos que desconocen nuestro dolor y al que le damos importancia y con la fuerza de la verdad de lo indestructible, crece en la misma proporcionalidad con que lo hemos negado, con el poder imparable de lo que somos y su verdad, se hace público en las experiencias, en las PERSOM’S que aparecen ante la llamada urgente de nuestra alma y su propósito en este mundo.
Es bien sabido por todos que el universo es energía, que todo es energía y que ésta, ni se elimina ni se destruye, tan solo se transforma, siendo que en este caso del que hoy me ocupo, cuando queremos eliminar de nuestras vidas algo, desde la negación y no desde la aceptación, la comprensión y el agradecimiento, lo enviamos a la sombra, a las profundidades de Ego a veces y que siempre se encuentra al abrigo del Amor que somos. Creemos eliminarlo, sin embargo sólo se oculta en la sombra para ser transformado en experiencia, conflicto, síntoma o persona, para ser aceptado, perdonado e integrado en el todo.
En la infancia, me atrevo a decir que durante los 3 primeros años de vida, el ser humano se vive en la certeza del ser, con un sinfín de recursos heredados y automatizados que nos vienen dados desde el espíritu del amor, impresos en el alma y en conjunción con el programa de supervivencia activo para transitar con la máxima seguridad. Sentimos que todo cuanto precisamos se nos es concedido, regalado, dado, porque nos corresponde. El bebé, como antes he nombrado, se vive sin preocupación y en la absoluta certeza. Con el transcurso de los años, en relación con nuestro entorno y para que el equilibrio se dé a la perfección, gracias al programa de supervivencia, todo aquello que es rechazado e ignorado de nosotras mismas lo enviamos a la sombra, a ese lugar eterno de recogimiento del ser, desde el principio de los tiempos y hasta el final de ellos. Cuanto más nos duele, más profundo lo enviamos, con claves y llaves para que no salga, sin embargo, nada se elimina y mucho menos algo que viene con nosotras, las personas antes de nacer. Es transformado para que aprendamos a amarnos como somos, para que nos aceptemos tal cual, con todas nuestras partes enteras y completas. Cuanto más profundo es el envío porque el dolor nos somete, más fuerza adquiere en la profundidad y desde ahí, saldrá al exterior con la misma potencia que se quiso eliminar.
Lo negado saldrá, se colocará delante como un recordatorio de «ÁMATE, SÉ TÚ MISMA», no me ocultes, no me niegues, no me elimines. Tu negación le causa dolor al niño interior y éste necesita expresión, comprensión, aceptación y sobretodo «AMOR» y mientras sigamos negando, seguirá exteriorizando esa negación, ese dolor e incrementando la emocionalidad de la negación, pues el SER viene a este mundo de formas para ser visto, comprendido y aceptado, igual que cualquier hecho que el propio clan haya querido ocultar enviando la experiencia, el duelo o el «no dicho» a la sombra.
LA SOMBRA, un lugar de AMOR, de profundo amor hacia lo que realmente somos, un lugar sin puertas ni ventanas que nos arropa y cuida nuestro ser, como alimento necesario para que no nos olvidemos nunca de quién somos. Un lugar de gran cabida, cueva de nuestros tesoros, de piedras preciosas y joyas propias que depositamos conjuntamente con una contraseña que con el tiempo olvidamos.
Ella, LA SOMBRA, fiel a nosotras y a nuestro amable ser, nos cobija y nos cuida esos tesoros, que crecen con su amor y cariño con el mayor de los cuidados.
Ella, LA SOMBRA, es madre que amamanta desde la cercanía de su corazón, desde el derecho que ella nos regala a ser.
Ella, LA SOMBRA, es padre que reconoce nuestro valor, descartando y resquebrajando los propios límites, nos acompaña hacia el exterior, hacia la vida para recordarnos quién somos y a qué hemos venido a este mundo de formas.
Los síntomas, los conflictos, las experiencias, las circunstancias y los escenarios de vida sólo tienen un fin, la aceptación, la compresión de todas y cada una de nuestras partes, acogerlas tal y como son y asentir ante la vida tal y como es. La cooperación entre todo lo que nos conduce por la vida y la sincronicidad de nuestra sinceridad para con ello. Todo esto es magnífico si lo vivimos desde la paz, desde el ser, desde la aceptación, asintiendo a la vida tal y como es, sin juicios ni peticiones.
La SOMBRA, se vive al reflejo de nuestra luz y la sustenta. Vive entre bambalinas ejerciendo la fuerza de la vida misma, alentando los aplausos, las miradas y los éxitos de nuestro SER y la aceptación del todo para alcanzar la quietud y la paz. Ella, no existiría sin tu luz.
Maku Sirera Pérez
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