En la soledad de mi mente, en el silencio de mis labios, te encontré, ahí, en la quietud de tu sonrisa, me encontré. Maku Sirera Pérez
Un lugar al que volver siempre y estos días me he dado cuenta que es un lugar al que no puedo volver, quizá porque nunca me fui, no, nunca me fui del regazo de mi madre, un lugar con sabor a norte.
Estos días, en la soledad de tu ausencia, he sido consciente de que ésta muere de tristeza, se apaga y te apaga si no tienes un lugar donde volver, un regazo dentro de ti donde encontrar la vida, un atisbo de energía primaria que te recuerde, que te envuelva y traiga hasta ese mismo instante, todos los te quiero de la infancia.
¿Y ahora qué sin mi madre? Un pensamiento que me lleva al sentir cálido de tu mano apretando la mía saltando juntas, mientras nos acercamos caminando a saborear un «espartero» con su jugosa horchata en la Granja Cecilia. Puedo oler el lugar, te puedo oler a ti, rozarte los dedos mientras jugamos a trocear esa maravillosa delicia y en ese instante, se detiene el mundo contigo y me doy cuenta de que te amo.
Nunca antes me había prestado a recordarte, creí que eramos diferentes, que no teníamos nada en común, creyendo que cuanto más me alejara de tí más seria yo y sin embargo…. en la soledad de esta distancia, recordé que te amaba y los años se volvieron segundos y la distancia desapareció.
Y recordé que era amada, que me amabas, que me amas como se ama sin tiempos, sin más, porque sí, sea o no sea me amas, en tus brazos existe un refugio eterno indestructible a la mirada humana.
Sigilosa, he creído acercarse la nada, una mirada sin rostro que observaba desde lejos si mi corazón latía de esperanza o por el contrario, me había olvidado de mí misma. Entre sueño y sueño te veía, te sentía, te oía llena de vida alcanzándome cucharadas de delicias, de miradas tiernas, de besos, susurrándome tu amor tan cerca que he creído ser yo.
Te he visto conmigo, pegadita a mí y mi respiración, confundiendo mis escenas y creyendo tener dos años y estar a salvo contigo. Te he visto a mi lado, acariciándome el pelo, desenredando mis coletas para acompañarme al cole y al volver a mi cuarto, despertar entre llantos por no encontrarte, por no tocarte, por no abrazarte… confundida del regalo del momento, he vivido en un sueño lejano y el dolor me ha devuelto.
Se me había olvidado tu persona, tu aplomo, tu saber estar, tu energía, tu dedicación, tu escucha, tus abrazos de consuelo, tu mirada de esperanza, tu «cura sana, que se cure hoy y no mañana, un, dos, tres por la ventana». Me había olvidado de ese lugar que eres al que puedo volver para recordarme, para sanarme, para resetear una y otra vez la vida.
En la soledad y el silencio de estos días, en la quietud de mi cuerpo, mientras no pensaba y mi mente descansaba de ese fingido triunfo vital, he recordado un nosotras, una niña que juega a ser mujer y que te echas de menos tanto, tanto como el amor de un millón de vidas. Pensando que me sobrabas, me sobra el tiempo que olvidé vivirte.
He vuelto cambiada a tí, con huellas de dolor aunque algunas de ellas sanadas, con altivas opiniones abandonadas al pasado, con juicios envueltos de tu incansable comprensión, quizá ya por mí aprendida. He vuelto al hogar de tu persona con las manos limpias para abrazarte, con la mente libre para escucharte y con el corazón abierto para amarte, pues hoy… AL SER CONSCIENTE DE TU AMOR, RECORDÉ QUE YO TAMBIÉN TE AMO.
Ahora, cuando cierro los ojos, te veo y siento esos brazos que siempre han cobijado mis lágrimas y han celebrado mis risas…. Y te pienso con calma, la búsqueda del amor ha cesado, en un instante la prisa se ha evaporado y deja tras de sí un instante eterno que me durará varias vidas.
A veces, atender el dolor, llorarlo, traspasarlo y caminarlo nos devuelve a la vida, a la madre, ese lugar inquebrantable como un faro, un lugar con «sabor a norte».
Maku Sirera Pérez
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