Cuantos cuentos contados desde el mismo instante que me tuviste entre tus brazos. El lugar más seguro de mi historia, papá.

Maku Sirera Pérez

Cuentan en los libros de psicología, en lienzos escritos por conocidos sabios, filósofos y eruditos de mentes inconscientes que, para una niña, su padre, es el primer amor, su primera imagen de admiración, el primer lugar donde mirarse diferente a mamá y para ella misma.

Pues si, personalmente tengo que reconocer que con los años así lo siento, mi padre, mi primer amor, la primera persona a la que admiré. Mi padre fue y sigue siendo un lugar donde mirarme para ser yo, sí, ser yo he dicho, y esto nada tiene que ver con lo masculino, no, al contrario, tiene que ver con lo femenino, con mi feminidad, con la mirada que permito de los hombres hacia mi.

El padre, es el primer lugar donde se reconoce una mujer y también un hombre, aunque éste será otro tema, hoy quiero hablar desde mi visión, desde la mirada de una niña que juega a ser mujer y a madurar para vivirme libre, y no estoy hablando de tendencias sexuales, que también, me refiero a la figura paterna y su aporte, a la importancia crucial y vital de la figura paterna en la vida de una persona y en este caso, de una mujer.

Desde esta importante figura, el padre, una niña aprende a recibir amor, sobre todo a recibirlo en las relaciones de pareja. Una niña, y digo niña en su amplio significado, aprende de mamá a dar amor, a expandirse, a completarse a ella misma para ser y sentir, a llenarse para luego regalar y dar en equilibrio. Con mamá, las mujeres aprendemos a tener la capacidad de elegir las relaciones de pareja en el «dar amor», si mamá no supo amar a los hombres, nosotras viviremos aprendiendo a amar en cada relación pactada, desde la lealtad a las mujeres de nuestro clan y a nuestra madre. Y digo que «no sabía», pues en los primeros años de vida de un ser humano, negamos la esencia primaria del ser, olvidamos lo que somos, amor, para darle paso a Ego y sus definiciones y vivirnos separados, juzgados y en búsqueda constante.

También aprendemos del amor con papá, siendo de igual importancia para vivirnos en equilibrio y elegir a la persona que nos acompañe por el camino de la relación de pareja, desde el disfrute y el amor.

Una niña aprende de papá a recibir el amor. Con él, aprendemos a permitirnos ser amadas, a elegir relaciones de pareja que reflejen la mirada de reconocimiento de lo que es y lo que creemos merecer. Aprendemos a sentirnos deseadas, atractivas, sin peticiones, sin reclamarlo, sin exigirlo y a descubrir nuestro propio reconocimiento físico, desde la independencia y la autonomía emocional.

Como papá ama a mamá, nosotras elegiremos el amor de pareja y repetiremos esa relación en nuestros escenarios, bien sea por exceso o por defecto, desde el espejo o la sombra.

Si papá no supo amar a nuestra madre, no supo amar a las mujeres y respetar su presencia, nosotras viviremos experiencias sufrientes y carentes de amor recibido. No existen culpables en las relaciones, sólo existen personas que llevan dolor en su interior o regalan amor a su entorno.

El niño que juega a ser hombre durante la vida, el hombre, aprende a recibir amor de la figura materna, de la madre, si él no aprendió a ser merecedor de recibir un amor sano, no sabrá como entregarlo, caminará por su historia en búsqueda constante hasta que tome consciencia de ello, en ese instante comenzará un maravilloso recorrido hacia la libertad de ser el mismo, sin reproches ni culpables, sintiéndose capaz de entregar lo que siempre existió en él, el amor del comienzo de la vida con una mujer, su madre. En este instante dejará de existir la separación.

Si papá fue negado, bien por falta de amor propio, por carencia de amor de las mujeres de su clan o la falta de un espacio paterno de límites y abastecimiento emocional, nosotras, viviremos ausentes de reconocimiento, viviremos con un vacío existencial que buscaremos constantemente en todas las relaciones, en especial en las relaciones de pareja.

Nuestra mente y nuestra esencia están inevitablemente unidas al perdón de toda acción que, por cualquier motivo, no nos lleve al amor. La carencia nos mantiene en un circuito, en una rotonda emocional egótica y adictiva que nos destroza inconscientemente. La buena noticia es que el camino está lleno de señales, esa rotonda emocional tiene un sinfín de salidas, «LA SEGUNDA SALIDA», «LA SIGUIENTE SALIDA», señales tales como; experiencias, frases, sucesos, películas, canciones, libros, personas que nos facilitan la salida a un paraíso propio, las “PERSOM’S”, escenarios que nos indican como retomar nuestro poder y liberarnos de ese vacío, de su ausencia y de esa búsqueda constante. Salidas que nos conducen a lo que nos merecemos, a un lugar de reconocimiento y permiso para ser amadas, un espacio donde existe el amor en toda su magnitud, esperando su fuerza para permitir el amor y recibirlo.

Como papá nos ha amado a nosotras, será nuestra relación íntima, nuestra vulnerabilidad consciente o inconsciente en el arte de la relación de pareja. Encontramos en su figura el amor propio para abrigarnos en tiempos de caos o tempestades emocionales y la capacidad abundante para «amarnos lo suficiente para levantarnos de una relación, situación o suceso doliente o sufriente», poner límites al desamor y tomar la fuerza necesaria para reconocernos en el amor que somos.

Papá es un lugar para madurar, crecer en autoestima y en reconocimiento de lo que hacemos y su recompensa. Papá protege, limita, reconoce la valía que somos y mostramos, es el éxito en nuestro interior y del merecimiento expuesto y permitido.

Papá, es ese lugar sin puertas ni ventanas, un espacio sin barbas y con la entrega del amor incondicional, que limita la mirada de ego y permite el amor abundante y equilibrado hacia nosotras mismas.

Papá, ese lugar para crecer, para ser con y por excelencia de lo merecido, aprendido y hecho. Un lugar para retribuirnos de lo relacional para un merecido disfrute y descanso.

Papá, un lugar para crecer y madurar, un lugar donde darnos la vuelta hacia nuestra propia vida, cogerla con las manos del alma y nutrir nuestros proyectos, deseos e ilusiones, abasteciendo de todo y para todo nuestro futuro.

Tomar a papá, averiguar la belleza oculta que se haya en él y tomarla, con todo lo que fue y es, aunque no ocurriera como a nosotras nos gustó o deseamos, es vital para vivirnos en un camino de éxito y disfrute.

Darle su lugar, el primero de los hombres, aunque su lugar transcurriera ausente, o vacío, o negado, o lo que fuera que ocurriese cuando éramos niñas, es de vital importancia para no descubrirnos buscando ese espacio, su figura y su significado vital en cada una de las relaciones, sobre todo en las relaciones de pareja.

Honrarlo para honrarte.

Darle su lugar para tener tu lugar.

Tomarlo para tener y hacer.

Maku Sirera Pérez