Decir no a todo lo que nos daña es una maravillosa oportunidad de darte valor. La vida está llena de estos momentos.

Maku Sirera Pérez

Regalitos caca, así, dicho de esta forma puede sonar mal, muy mal. ¿Quién querría recibir regalos caca en su sano juicio? Si te lo preguntan así, con faldas y a lo loco pues diría tajantemente no, claro que no, por su puesto que no.

Os explico esto de los regalitos caca, estoy convencida que después de leerme entenderéis qué son los «regalitos caca» y a qué me refiero con su magia.

Era el año 1972, tenía 7 años recién cumplidos. Mis amados progenitores y sus aliados en batalla, mis queridos hermanos, no digo que todos un par de ellos solamente, solían utilizar varias «armas» para persuadirme en la labor de alimentarme, esto que solemos hacer los mortales para sobrevivir y que por aquella época me parecía de muy mal gusto, ¡Qué necesidad, por Di_s!. Pues bien, sigo contando. Una de sus armas intimidatorias era presionarme con el tema de los regalos de los Reyes Magos y la comida, es decir, si «me portaba bien y comía todo lo que me ponían en el plato», tenía múltiples regalos el día 5 de enero, después de la Cabalgata de los Reyes Magos de Alcoy, aprovecho para decir que es la más antigua de España y los regalos los entregan los pajes, subiendo por los balcones, utilizando unas escaleras de madera que portan entre varios por las calles de Alcoy. Sigo con la historia que me ocupa que son los «regalitos caca». Como os he contado antes, si me portaba bien y comía todo lo que el plato tenía, me traían múltiples regalos, si «me portaba mal y no comía lo que los platos tenían», pues me traían carbón. Eso era lo que me decían, aunque ningún año me trajeron carbón.

Transcurridos los años y después de ser madre, puedo llegar a entender el tema de los nervios, la comida, tu hija y demás escenarios sufrientes que tiempo atrás vivieron mis padres y hermanos conmigo, sin embargo no justifico las formas y mucho menos lo que a continuación os cuento, esto, a pesar de que han pasado mucho años no lo puedo y tampoco quiero justificar.

Ese año cambiaron la versión de carbón por caca, si no comía me traerían una caca de perro. Esto que me decían ellos y que yo escuchaba como si fuera un juego, lo decían totalmente en serio. Tiempo después entendí una de las Leyes del inconsciente, «cuando hablas de alguien, hablas de ti». Ellos hablaban de ellos y de su narrativa o de lo que a ellos les funcionaba; castigos, reprimendas y amenazas.

Para mi era un verdadero suplicio sentarme a la mesa día tras día, en algunas ocasiones no, mi madre cocinaba algunos platos muy ricos que no era necesaria la intimidación, quizá sólo por la cantidad, eran platos que me miraban insultantes y que cuanto más los miraba más crecían. Mi hermana era la única que se apiadaba de mi y de vez en cuando, pasaba por mi lado y bajaba aquel nivelazo de mi plato. En aquella época pensaba que mis padres creían que yo era una vaca, o un caballo, o alguno de mis hermanos que no tenían fin a la hora de devorar comida. Aquellos platos eran más grandes que yo misma, era imposible seducirme con nada, pues era imposible que aquello, que me miraba con ojos de voraz animal, cupiera en mi estómago y mucho menos de forma amable.

Ese año, parece ser, estuve menos dispuesta que otros años a comer toda aquella abundancia de comida que salia de la cocina, montones y montones de comida como si no hubiera un mañana, por Di_s, que despropósito!. De los platos de mis hermanos desaparecía la comida en un abrir y cerrar de ojos, mientras que en los míos, la abundante y generosa comida, crecía y crecía sin parar cada vez que la miraba. Pues bien, me imagino que por desesperación cambiaron la versión de «¡si no te comes todo lo que hay en el plato, los Reyes Magos este año, te traeran carbón por …. Este año te traerán una caca de perro!»

Aquello me sonó a chiste, a broma, a risa, los miré esperando que después de aquello continuaran contando un chiste o ¡yo que sé que sé yo! Vamos, que no me lo tomé en serio ni un poquito chiquitito. Nada de nada.

Y llegó el 5 de enero de 1972. Mi padre era el encargado de colocar todos los regalos, bien envueltos en papel de  Navidad, en el balcón de nuestra casa. Para mí, era uno de los días más maravillosos de mi vida, ¡pura magia! Que se convertía en realidad. El día 4 bajabamos a pie de calle esperando que pasará “La Burreta”, unos burritos maravillosos que portaba una especie de urnas de cuero colgadas de su lomo, donde todos los niños de Alcoy depositábamos nuestra carta a Los Reyes Magos. ¡Pura magia! Pequeñitos seres, con los ojos chispeantes de ilusión, nos acercábamos a esas  “burretas” que luego llegarían al campamento de los Reyes Magos donde leerían nuestras cartas y empaquetarían nuestros demandados regalos.¡Pura magia! Esa noche, la pasaba soñando cómo abrían mi carta y la leían en voz alta. Imaginaba a los Reyes Magos sonriendo y a carcajadas de cariño, llamando a los pajes para que envolvieran mis regalos poniendo mi nombre en ellos. ¿Me traerán todo lo que les he pedido? Cada año, eran muy generosos conmigo y yo me sentía la niña más feliz y merecedora del mundo.

Ese 5 de enero, como todos los años, vimos la cabalgata, la adoración a los Reyes Magos en la plaza de España. A menudo que iba terminando el evento los nervios se iban apoderando de mí, rebosante de muuuchas, muchísimas ganas de volver a casa. – ¡Venga papaito, date prisa, que quiero ver a los pajes como dejan los regalos en el balcón! Entusiasmada, ilusionada, desbordada de felicidad y dando saltos de alegría corría delante de mis padres para provocar que corrieran ellos también. Llegamos  y allí estaban, ¡todo un espectáculo! ya habían pasado por mi casa y el balcón estaba repleto de paquetes. Mi padre era el encargado de salir al balcón e ir nombrando cada uno de los regalos y con una gran sonrisa buscar la mirada de a quien le pertenecía para entregarlo. Yo estaba que me iba a explotar el corazón de emoción. Fue nombrando uno a uno, yo observando como iban disminuyendo los paquetes hasta quedar sólo uno. Mi emoción, mi sonrisa y mi entusiasmo, como os podéis imaginar,  fue disminuyendo con cada paquete entregado que no llevaba mi nombre, hasta quedarme sentada en un silloncito que había en un rincón de la habitación. Mi padre dijo por fin mi nombre y pensé, quizá sea el primer paquete que me lleve a un juego para encontrar el resto, sí, seguro que es eso, acto seguido me levanté convencida de lo que pensaba y fui corriendo a recoger el regalo y abrirlo.

Lo abrí más rápido que un rayo, rompí el papel y allí me encontré una caja de zapatos un poco usada. Miré a mi padre y abrí la caja… se me paró la respiración y con ella el corazón, me quedé inmóvil delante de aquel regalo, ojiplática y con lo boca abierta. ¡Una caca de perro! ¡En serio! Seguía sin poder emitir ningún sonido, se me secó la garganta, la lengua me pesaba un quintal y me sentía incapaz de pronunciar ni una sola palabra. ¡En serio, una caca de perro! Cuando pude respirar y tomar tierra viendo el regalo miré a mi padre, con más tristeza de la que era capaz de expresar y le dije – Esto no es mío, no es para mí, yo no me merezco un regalo así, no lo quiero y no voy a quedármelo. Los Reyes Magos no son seres crueles, si esto es una broma, ¡yo no me lo merezco y no lo voy a recoger!

Me levanté intentando que las lágrimas no se desbordaran por  mis ojos como si fuera las cataratas del Niágara. Fui corriendo a mi dormitorio y me escondí debajo de mi cama y allí me cayó el diluvio universal desde el corazón hacia los ojos inundando todo el suelo. Fue uno de los días más tristes de mi vida y uno de los días que peor me sentí conmigo misma. No me lo merecía, pensé por un instante que vendría mi padre con mis regalos, esos que había pedido con tanto esmero y que pensé que me merecía. ¿Qué niña de 7 años no se merece regalos? Todas las niñas de mundo, todas sin lugar a dudas. Me quedé mucho tiempo debajo de la cama llorando, sintiéndome la niña más pequeña  del mundo, tan pequeña que no me sentía capaz de salir de ese lugar. En un instante todo mi mundo se redujo a nada, mi corazón se hizo añicos, podía escuchar como se rompía mientras lloraba. No me merecía ese regalo y no lo iba a recoger.

Por mi dormitorio pasó mi madre, mi padre y mi hermana, intentaron hacerme entrar en razón y que pensara que era culpa mía y que yo me había buscado el regalo, hasta que escuché esa frase – ¡Tú te lo has buscado! Es tu regalo. Fue entonces cuando reaccioné, fue como si todo mi cuerpo se hubiera puesto en acción para detener la injusticia que estaba sucediendo y paré de llorar, me sequé las lágrimas y salí de debajo de la cama.

– No, yo no me lo he buscado, yo no he buscado ese regalo, esa caca no es mía, la han buscado los Reyes Magos porque vosotros se lo habéis dicho a los pajes, yo no la he buscado y no voy a quedármelo, no me lo merezco, tan solo soy una niña que está aprendiendo a vivir y así no se aprende a vivir papá, así una niña aprende a morir. Este regalo todavía no es mío porque no lo he recogido, es de los Reyes Magos y quiero que se lo devuelvas, yo no lo quiero, no me lo merezco y no será mío. Este año no tengo regalos.

Me lavé la cara y las manos con jabón, me cepillé los dientes y me fui a dormir. Ya no recuerdo qué pasó después de aquello y tampoco me importó nunca saber qué hicieron con aquel regalo, no me pertenecía y nunca pregunté qué fue de él. Lo único que recuerdo que me dormí muy triste aunque firme con mi decisión.

Hoy me siento orgullosa de esa niña de 7 años y de su valentía, quizá en ese momento no fui consciente de lo valiente que fui, sin embargo ahora sí y me recuerdo en ese primer acto de valentía conmigo misma. Hoy me sirve como ejemplo al poner límites a toda acción doliente o de maltrato hacia mi persona y pienso en aquel momento. Cuando alguien nos dice o nos hace algo, es como un regalo que sale de ellas, las personas, hacia nosotras, depende de una misma considerar que eso que nos ofrecen es un maravilloso regalo que nos merecemos o tan solo es “un regalito caca”. El regalo habla de la persona que regala. Quien regala habla de sí mismo y del valor que le da al regalo, el que acepta y lo recoge, habla de su propio valor y de lo que cree merecer cuando lo acepta.

Por muchos regalos que las personas quieran hacerte, depende de ti y de lo que tú creas que mereces el aceptarlos, recogerlos y quedártelos. Nadie puede ponerte valor a ti si tú no lo consientes, desde el momento que lo aceptas, eres cómplice y responsable del valor que te tienes.

Un regalo que venía envuelto en papel de Navidad, que se encontraba en el lugar idóneo, en el momento justo y preciso y parecía que era lo que yo esperaba, como en algunas experiencias de vida o con algunas personas, que llegan envueltas en papel de regalo, las encontramos en el lugar idóneo, en el momento justo y preciso y cuando abrimos el paquete, cuando nos dejamos en la experiencia o en la otra persona, llevan en su interior  algo que nos infravalora y nos destroza. Decir no, aunque parezca un diamante, si al abrirlo, tan solo es un trozo carbón.

Estoy convencida que entendéis perfectamente a qué me refiero con “ su magia”. Cuando dices NO a un regalito caca, tu vida se transforma en algo muy valioso. ¡PURA MAGIA!

¡Decir no es de valientes! ¡Decir no, en la mayoría de ocasiones, te da valor!

Maku Sirera Pérez