«Existen lugares sin puertas que son hogares» (Elvira Sastre)
Como los sentimientos que son albergados, abrigados y protegidos en nuestra mente amorosa, o quizá pienso que esa mente amorosa nunca existió y es el alma que está y habita en cada una de las células de nuestro cuerpo y eso es mente.
Alguien dijo, creo recordar que fue Punset, que la conciencia se encuentra en la cabeza, en el cerebro y es allí donde se encuentran nuestras emociones, nuestros sentimientos e incluso, nos cuentan también que hasta el alma se encuentra allí, sin embargo ¿Quién puede asegurar tal cosa? ¿Cuántas teorías antaño eran válidas o ciertas y el tiempo se ha encargado de desbancarlas y de cambiarlas e incluso de deshacer lo hecho?
A lo largo de mi vida he ido adquiriendo pensamientos, sentimientos, creencias e intereses frente al alma, con el alma y del alma y ninguna, hoy, se mantiene en mí. Con mis experiencias he ido observando, que nada que habita en el cuerpo es eterno y sin embargo la conciencia parece que habita en él. Compleja sensación que miro y observo pues quizá entienda ahora, que el alma siempre está, que la conciencia siempre está, que recuerda, que mantiene, que permanece en el interior de una misma, como una sombra que mantiene viva una luz esencial para que volvamos al principio, como un faro que no se mueve, que no necesita reconocimiento, ni aprobación y sin embargo no causa cansancio en su estancia. Está, aunque nosotros naveguemos por otros mares, por otros océanos, ese faro está, esa luz interior está, nos guía mas allá de nuestro propio conocimiento de que existe. La oscuridad que la mantiene viva, es la que la convierte en vital, permanente e infinitamente certera. Sabe que sin su permanencia, estaríamos perdidos en la infinidad de las aguas del inconsciente, ella sabe que es, que está y que permanece en los siglos y por los siglos.
El cuerpo es la estructura que mantiene ese faro, esa luz, el monte alzado en el horizonte que sustenta esa estructura y a la misma luz. Nuestra mente, alcanza el infinito y el cuerpo, acompaña en conexión a los mares, a las aguas, a la conciencia, comunicando así; sentimientos, sensaciones y experiencias que remueven, que calman y que siempre vuelven al punto de partida, a esa luz que nos guía, a ese faro interior que ilumina la sombra de lo que creemos ser y eso la convierte en vital, en potencia y en fuerza para la vuelta. Cuanto más oscura la noche, más intensa la luz. Cuanto más oscura nuestra sombra, más intenso es nuestro potencial de ser, nuestro ser.
Navegar es el secreto, habitar en el cuerpo es nuestro reto, tratarlo con abrigo, con dulzura, con amor es nuestro esencial, desde la oscuridad del momento, retornamos a la luz, a lo esencial, a la vida, transformando nuestro conocimiento en certeza de que siempre, y elijo decir siempre, ha estado allí, permanente, pendiente, tranquila y observante de nuestra vuelta.
Esa luz, esa esencia, el alma, la conciencia es, aún cuando no elijamos querer saber que es, ella está, aún cuando no elijamos querer observarla pues no necesita nuestra aprobación, ni nuestro cuerpo, ella es y está y cuanto más oscuro sea nuestro inconsciente, más brillante permanecerá en él.
Elijo querer observar la muerte como una forma más de vida, como algo que nos libera, que nos transciende, que nos convierte en esa luz certera de vida, que ilumina desde la oscuridad más allá de nuestro propio conocimiento.
Elijo querer observar a la conciencia, como un gran regalo de conexión con algo más grande que una misma, que se esconde durante un tiempo determinado en nuestro cuerpo, para crear materia y experiencia, como una forma de vida que nos reflexiona, nos alimenta y nos transciende al principio del principio sin fin.
El cuerpo, simplemente es un lugar de paso a la conciencia del todo. El cuerpo, simplemente es un lugar de refugio, de experiencias, de toma de consciencia para volver a casa, desde nuestra propia petición en su forma y manera, dependerá de cuál es el aprendizaje que nos «hemos» pactamos, así será nuestra vida y nuestra muerte. La buena noticia es que ese faro interior, esa luz esencial emerge y cuanto más oscuro es nuestro entorno más brilla como guía y como vuelta, pues ella, permanece desde la certeza de que podemos elegir verla, elegirla y ser.
Bendita oscuridad la nuestra, que nos mantiene conectados con la vida, con el ser y con el todo.
¡Feliz día de transformación!
¡Feliz día de vuelta a casa!
Maku Sirera Pérez
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