La SOMBRA, se construye en los primeros años de vida del ser humano, aunque no es exclusiva de éste, ella habita en la experiencia, en el inconsciente colectivo y humano, como llamaríamos “guardar en la nube” distintas cosas que decidimos apartar de nuestro día a día; experiencias, negaciones, traumas, dramas, duelos, no dichos, comportamientos no aceptados, ideas, emociones no permitidas y todas aquellas interpretaciones que en un momento dado, decidimos guardar en lo más profundo de nosotras, de nuestro ser, o como yo digo «en las profundidades de la Torre de Ego», que no en su ático.
«No se pueden montar dos caballos con un mismo trasero», con esto me refiero a la cantidad de elecciones conscientes e inconscientes que hacemos a lo largo del día. Si elijo la decisión de tomar un café, en el instante que decido llevar a cabo esta acción, ya estoy descartando tomar, en ese mismo instante un té. Si tomara la decisión de elegir beber las dos cosas al mismo tiempo, también estaría dejando a un lado la decisión de tomar una sola bebida. Como bien sabéis, vivir es relación, somos relación. Nos relacionamos con nosotras mismas y con nuestro entorno y de esta forma crecemos. Me gusta mucho decir «Se crece en relación»; interaccionando, comunicando, interactuando, rozando, dialogando, intercambiando, debatiendo, abrazando, mirando, doliendo, rompiendo, fracturando, llorando, riendo, observando, respetando, con la predisposición de aprender más allá de una misma, siendo en relación con los demás y nuestro entorno crecemos, vivimos y perdonamos. Nadie existe aisladamente y por esa misma regla estamos en constante elección al vivirnos en relación, es inevitable.
En los primeros años de vida, el bebé se vive en la certeza de la corrección, sin ser consciente de sus programas heredados y de los patrones que lleva impresos en las células y su información ancestral. Él es, se vive sin preocupación desde el programa de supervivencia activado y con el amor brotando por todas y cada una de sus partes humanas. No piensa si será o no sustentando en brazos de un adulto, su mente no está en la preocupación de si será alimentado o no, se vive desde la quietud de la certeza de que nada le falta. Con el tiempo, rodeado de los patrones, creencias y programas de los adultos, de su entorno y desde el ático de Ego y su mirada absoluta, va experimentando la negación de su ser. Van apareciendo las heridas de rechazo, abandono, traición, humillación e injusticia y creando los programas de aprobación y reconocimiento que le facilitan vivirse en relación y calmar, con ellas, la falta de aceptación. Repito, «Nadie existe aisladamente«.
Ego se vive entre su ático y sus profundidades, comparece con sus ropajes regalados, escogidos minuciosamente desde «el armario de Ego», con los que vamos fabricando nuestro personaje y facilitando el adaptarnos a un mundo de constructos de separación y juicios. Un mundo de formas, donde las formas son importantes para identificarnos y darle validez a lo que hacemos, a lo que tenemos y a lo que lo externo nos confía. Esos ropajes cubren nuestro ser y aíslan el dolor de sentirnos negados y también a nuestro verdadero YO. Vamos construyendo un personaje que nos facilita la relación en este mundo de formas, engrandeciendo las heridas, ocultas tras una máscara decorada de resignación social y familiar.
El amor, que existe por los siglos de los siglos y tiene el permiso eterno de la vida, se encuentra en lo que vemos con los ojos físicos y en lo que no vemos. Él nos ayuda a encontrarnos de nuevo con nuestra esencia, nos mantiene en conexión, sustentados y guiados por un cordón umbilical imaginario que jamás nos suelta, ni nos abandona. Entre ese ático de Ego y sus profundidades habita la paz, el amor y la esencia de lo que realmente somos, creando una dimensión paralela que permanece en la oscuridad, un lugar llamado sombra que custodia todo aquello que decidimos elegir ocultar, por tener las creencias de no ser aceptados en este mundo de formas, y ya sabemos que nadie existe aisladamente.
Desde su ático, Ego, se vive en la arrogancia, en la superioridad, en la divinidad, en el juicio ajeno y su narcisismo, exudando creencias limitantes que lo hacen más poderoso, sin embargo, todo este montaje, todo este escenario es irreal, es un cuento que nos contamos como diálogo interno de conversaciones con nuestro yo a nuestro YO y que se han elaborado antes en las profundidades del mismo Ego, ese lugar oscuro donde hemos ido guardando todo aquello que no ha sido aprobado por nuestro sistema familiar, social o propio. Cada vez que tomamos la decisión de darle valía a lo que los demás dicen creer que somos, enviamos a ese lugar oculto, custodiado por el amor eterno, lo que rechazamos de nosotras mismas, la verdad de un cuento contado por labios ajenos que desconocen nuestro dolor y al que le damos importancia y con la fuerza de la verdad de lo indestructible, crece en la misma proporcionalidad con que lo hemos negado, con el poder imparable de lo que somos y su verdad, se hace público en las experiencias, en las PERSOM’S que aparecen ante la llamada urgente de nuestra alma y su propósito en este mundo.
Es bien sabido por todos que el universo es energía, que todo es energía y que ésta, ni se elimina ni se destruye, tan solo se transforma, siendo que en este caso del que hoy me ocupo, cuando queremos eliminar de nuestras vidas algo, desde la negación y no desde la aceptación, la comprensión y el agradecimiento, lo enviamos a la sombra, a las profundidades de Ego a veces y que siempre se encuentra al abrigo del Amor que somos. Creemos eliminarlo, sin embargo sólo se oculta en la sombra para ser transformado en experiencia, conflicto, síntoma o persona, para ser aceptado, perdonado e integrado en el todo.
En la infancia, me atrevo a decir que durante los 3 primeros años de vida, el ser humano se vive en la certeza del ser, con un sinfín de recursos heredados y automatizados que nos vienen dados desde el espíritu del amor, impresos en el alma y en conjunción con el programa de supervivencia activo para transitar con la máxima seguridad. Sentimos que todo cuanto precisamos se nos es concedido, regalado, dado, porque nos corresponde. El bebé, como antes he nombrado, se vive sin preocupación y en la absoluta certeza. Con el transcurso de los años, en relación con nuestro entorno y para que el equilibrio se dé a la perfección, gracias al programa de supervivencia, todo aquello que es rechazado e ignorado de nosotras mismas lo enviamos a la sombra, a ese lugar eterno de recogimiento del ser, desde el principio de los tiempos y hasta el final de ellos. Cuanto más nos duele, más profundo lo enviamos, con claves y llaves para que no salga, sin embargo, nada se elimina y mucho menos algo que viene con nosotras, las personas antes de nacer. Es transformado para que aprendamos a amarnos como somos, para que nos aceptemos tal cual, con todas nuestras partes enteras y completas. Cuanto más profundo es el envío porque el dolor nos somete, más fuerza adquiere en la profundidad y desde ahí, saldrá al exterior con la misma potencia que se quiso eliminar.
Lo negado saldrá, se colocará delante como un recordatorio de «ÁMATE, SÉ TÚ MISMA», no me ocultes, no me niegues, no me elimines. Tu negación le causa dolor al niño interior y éste necesita expresión, comprensión, aceptación y sobretodo «AMOR» y mientras sigamos negando, seguirá exteriorizando esa negación, ese dolor e incrementando la emocionalidad de la negación, pues el SER viene a este mundo de formas para ser visto, comprendido y aceptado, igual que cualquier hecho que el propio clan haya querido ocultar enviando la experiencia, el duelo o el «no dicho» a la sombra.
LA SOMBRA, un lugar de AMOR, de profundo amor hacia lo que realmente somos, un lugar sin puertas ni ventanas que nos arropa y cuida nuestro ser, como alimento necesario para que no nos olvidemos nunca de quién somos. Un lugar de gran cabida, cueva de nuestros tesoros, de piedras preciosas y joyas propias que depositamos conjuntamente con una contraseña que con el tiempo olvidamos.
Ella, LA SOMBRA, fiel a nosotras y a nuestro amable ser, nos cobija y nos cuida esos tesoros, que crecen con su amor y cariño con el mayor de los cuidados. Ella, LA SOMBRA, es madre que amamanta desde la cercanía de su corazón, desde el derecho que ella nos regala a ser. Ella, LA SOMBRA, es padre que reconoce nuestro valor, descartando y resquebrajando los propios límites, nos acompaña hacia el exterior, hacia la vida para recordarnos quién somos y a qué hemos venido a este mundo de formas.
Los síntomas, los conflictos, las experiencias, las circunstancias y los escenarios de vida sólo tienen un fin, la aceptación, la compresión de todas y cada una de nuestras partes, acogerlas tal y como son y asentir ante la vida tal y como es. La cooperación entre todo lo que nos conduce por la vida y la sincronicidad de nuestra sinceridad para con ello. Todo esto es magnífico si lo vivimos desde la paz, desde el ser, desde la aceptación, asintiendo a la vida tal y como es, sin juicios ni peticiones.
La SOMBRA, se vive al reflejo de nuestra luz y la sustenta. Vive entre bambalinas ejerciendo la fuerza de la vida misma, alentando los aplausos, las miradas y los éxitos de nuestro SER y la aceptación del todo para alcanzar la quietud y la paz. Ella, no existiría sin tu luz.
Te haces vegana, te apuntas a un curso o a mil, te confiesas, te equilibras, cien cursos de medicina natural, una diplomatura en Psicología y un doctorado en Antropología, haces regresiones, cursos de crecimiento espiritual, te conviertes en una obsesa del reciclaje, ecologista, anti 5G, meditas todos los días, experta en piscogenealogía, Transgeneracional, entras en sofrologias intensas, haces de todo para sanar y sentirte en el Nirvana de este mundo, en la unidad celestial o en lo que sea que te da sentipensar, que estás en el camino de la espiritualidad y unidad con el Todo y llega el domingo, te reúnes con la familia y se va todo al Carajo.
Llegas con un millón de intenciones, herramientas, habilidades desarrolladas y practicadas, todas contigo, ordenadas y en fila india detrás de ti misma y con una sonrisa de “esta vez voy a ser La Paz personificada». Al principio, cuando has comenzado ese arduo camino de crecimiento espiritual y personal, acuden contigo tus sombras, de la mano de tus luces y separada de todo lo que no sea lo que decidiste aprender y transcender, con ojos de juez y al mismo tiempo, de bálsamo para tu acciones.
Ellos,«LA FAMILIA EN MAYÚSCULA», totalmente equivocados y habitando la tierra de la incorrección, son observados por «el Ego», y digo El Ego porque ni siquiera reconozco que sea mio, allá por aquellos tiempos de comienzo de crecimiento y sanación de mis heridas. Es tan profundo el apego a «tus asuntos», a generar cambios porque mi vida no funciona y quiero obtener las claves y la llave de la sabiduría, para que los demás cambien y así sentirme más feliz con lo que estoy acostumbrada a hacer, que sin darme ni cuenta y mucho menos ser consciente, habito en el ático de lujo que paga «mi Ego» desde hace años, casi me atrevería a decir que desde los principios de esa decisión de habitar este cuerpo que he elegido, para transcenderlo y amarlo con todas sus culpas y miedos.
En el principio de mi camino de sanación y salvación, (como si se me tuviera que salvar de algo o de alguien), hace algunos años de esto, y sí, desde Ego espiritual, una de sus identidades más difíciles de reconocer y que nos mueve sutilmente por un sinfín de trampas, me vivo. Entre un juicio y otro, ante un abanico de intenciones y explicaciones con diálogos infinitos de que existen libros, cursos, disciplinas, dinámicas, métodos y demás cambios personales y almáticos, (como si yo supiera qué le conviene a los demás o qué necesitan), que los pueden salvar de ese lugar incorrecto en el que yo, después de todo los cursos y demás que he nombrado, sé que se encuentran ellos, sólo ellos y nada más que ellos, «Ja, ja ja». Así, sin comerlo ni beberlo, todavía no soy consciente de que los demás nada tienen que ver con lo que a mi me sucede. Ego, me incita a pensar que son ellos los únicos culpables de mi desdicha, ¡Ay!¡qué bonico mi Ego! y que bonica yo y mis conversaciones con intenciones ajenas.
El otro necesita… bla, bla, bla. El otro tiene que… bla, bla,bla. El otro debe hacer… bla, bla,bla. Y así, desde este diálogo interno, me encuentro dentro de una rotonda emocional egótica, atesorando pensamientos y acciones que refuerzan este concepto de que la solución y la felicidad, se encuentra fuera de mi y en mis alrededores. Una mágica ilusión que sólo me mantiene sumergida en esa rotonda emocional egótica, transitando en su embrujo inconsciente. Y mientras, los demás, observando ese baile circular de mi misma y mis separaciones, comparaciones y juicios, sin enterarse de qué pretendo y dónde se encuentra todo eso que siento la necesidad de transmitir y cambiar en los demás, para que mi vida esté colmada de felicidad y abundancia.
Desde este lugar, desde estas acciones y viviéndome en «tus asuntos», me pierdo la vida, me pierdo «MI VIDA», y sobre todo, la cantidad de regalos que me he pedido al pactar con todas y cada una de las personas que han pasado y siguen pasando por mis escenarios.
Desde mi nacimiento, bailo con encuentros de seres convertidos en personas, que respetan cada uno de nuestros pactos, interpretando el papel que asumieron con ese sagrado pacto común. Mis padres, los primeros elegidos en mi «engordamiento de consciencia», repletos de regalos para mi, uno a uno hacen de mi vida, un encuentro de planes correctos plasmados en un mapa del tesoro, que me devuelve al amor infinito en conjunción con mis hermanos y todos mis ancestros, estos que respetaron sus encuentros y que hicieron posible que yo y mi yo, nos encontráramos en este mundo de formas.
Partiendo que la familia es todo y toda. Todo encuentro y toda persona que respeta nuestro «hemos quedado a menos cuarto para vivirnos y regalarnos» . Mi creencia es que desde las altas esferas, hay una decisión de amor para cada uno de nosotros, aunque aquí, en este mundo de formas, luego sea juzgado por nuestro Ego y sus identidades, sus comportamientos, sus relaciones y sus alimentos. Nada de lo que nos sucede es ajeno a estas decisiones, a estos pactos sagrados de amor para a ser una con Dios. La familia nos regala infinitos tesoros, desde esa corrección. La familia nos aporta todo cuanto le hemos pedido que dé. La familia, es minucionamente dadora de esos tesoros que se encuentran impresos en nuestro plan de alma y, uno a uno, vamos recogiendo con el mayor de los cuidados.
La familia integra la parte más importante de engordamiento consciente, ella aporta individuos que representan el papel asumido y asignado para cada cometido. Persom’s fracturadoras que nos abren las carnes para dejar paso a la esencia, al amor, a la profundidad de los que somos, rasgando la materia y dejando paso a la luz, a la corrección de esa decisión que pactamos en conjunto, desde la comprensión y el perdón de esa fractura pedida y aceptada por ambos. ¡Te voy a odiar!, ¿Lo sabes? dice mi alma en esa reunión de pactos sagrados, desde el amor infinito. ¡Lo sé! me dice el alma del otro, desde la unidad del acuerdo. ¿Y aún así quieres nuestro encuentro? ¿Estás lista, dispuesta a vernos «a menos cuarto»? le repite mi alma para sellar nuestro pacto sagrado. ¡Exacto, yo también sanaré con este pacto. Gracias! Y el amor nos envuelve y nos sella y nos entrega al plan del alma para encontrarnos, para engordarnos, para sanarnos, para devolvernos al amor y la unidad, para volver a sentir que somos una con Dios y acercar todos nuestros cuerpos, todos nuestros mundos, todas nuestras vidas al amor.
La familia y sus Persom`s facilitadoras, que nos abrigan en el frío de la soledad, de la tristeza, del rechazo y la separación. Ellas, como dulces cantos mágicos, envuelven nuestro cuerpo con bálsamo de vida, para facilitar nuestro camino y convertirlo en un lugar transitable para seguir con nuestro plan de vida, con nuestros pactos de corrección sobre algo que ya es correcto. La familia y sus Persom´s borrador, que salen al encuentro de nuestras lagrimas y las secan con las risas, con el baile, con la música, con cualquier acto de ternura, que haga posible borrar las cicatrices creadas por los sucesos que nos quiebran, o nos mantienen en esa rotonda emocional egótica, dramática y doliente. Borran con su presencia el dolor. Borran con su mirada la soledad. Borran con sus caricias la fría noche del alma.
La familia y sus Persom´s puente, acompañantes y medicina, nos cierran las carnes del alma y colocan oro en sus huecos prestados, colocan calidez, validez y amor convirtiendo la piel de nuestra alma en un lugar para vivir, para soñar, para volver al amor que somos y sentir de nuevo.
La familia, nos abren las carnes, sacan el valor que llevamos, desde una decisión pactada sagradamente y nos las cierran de nuevo con el valor de lo vivido, con la elasticidad de lo aprendido, con el oro del regalo que son, multiplicando vida, engordando nuestra consciencia y sellando el amor en cada paso.
Y transcurre el tiempo con todo lo aprendido, con todo lo vivido y soy consciente que ellos, están desde el respeto de lo pactado, que nada tienen que cambiar, que nada tiene que asumir, que son, para que yo sea. Tomo consciencia que cada uno de los actos que he realizado, eran parte de un plan trazado desde el perdón y que ellos, solamente son la presencia de mi decisión, acompañándome en el aprendizaje y la toma de consciencia.
Nada era para ellos, todo era para mi con ellos. En un baile de encuentros, con la música del respeto sonando, se ha ido orquestando la composición más bella y perfecta que podía vivir, «AHORA» y así la tomo, tal cual es, porque no podía ser de otra forma.
Y de repente, sin saber cuándo pasó, mis emociones en la relación de pareja se escondieron, como una niña asustada y huérfana, se ocultaron en lo profundo de mi corazón, llevando consigo la tendencia a esconderse cada vez más profundo, buscando refugio, ese lugar que guarda el amor de mamá custodiado por el amor de papá.
Fui consciente hace poco, que la mirada hacia el hombre había cambiado en mi, como si en algún momento de mi vida algo o alguien se hubiera llevado el amor romántico, creyendo que me hacia un favor, creyendo que así ya no dolería y sin embargo, tan sólo era un gesto de supervivencia, como una pequeña gran anestesia para permitir ocultar mis sentimientos, si cabe aún, más profundos todavía.
Camino por la vida ajetreada, poniendo foco en lo que acontece delante, sin querer mirar ese lugar mío de soledades profundas, sin dejarme sentir el dolor de mis heridas, creyendo, desde mis creencias fabricadas en esa decisión que tomé en algún momento, sin ser consciente que en cada una de ellas existe un cachito de mi corazón doliendo, una emoción sangrando, un sentimiento supurando para llamar mi atención y yo, tan solo las tapo, las escondo, las pinto, las adorno, la cubro con sedas, colores, sonrisas y diálogos de inexistencia para, de esta forma, no detenerme a mirar como lloran solas y atenderlas y limpiarlas y sanarlas.
Creía que el amor era universal, sin nombres ni género, sin mentes, con el corazón envuelto en alma y listo para salir al mundo y, cuando me hallo en esta observación, cuando creo estar convencida de que puedo seguir caminando con mis heridas guardadas y fingidas, creyendo haber sanado desde lo oculto, sin mirar de frente a mis miedos, a mis sangrantes duelos, a mi misma y mis aventuras, cuando creo sentirme huérfana y viuda de emociones y sentimientos y elijo seguir caminando por este mundo de formas, intentando dar forma a mis encuentros, la mirada del amor se me muestra y me detiene y me habla y me acaricia y me susurra y me roza y me baila y me calma con su ungüento de paz y desde la quietud más absoluta, descubro de nuevo todas y cada una de mis heridas con otra mirada, sanando de un plumazo alguna de ellas y dejando que el oxígeno deje respirar a las otras.
Y como un baile de encuentros, con amabilidad, con ternura, sin prisas y desde la observación del perdón, soy consciente de que el dolor calmó, que ocultar no sana, sólo provoca más dolor, olvidando ya desde dónde y en qué lugar me hirió, contagiando todo a su paso, ensombreciendo el cuerpo, la mente y el alma.
Levanto mi mirada hacia la presencia del amor, en este instante permanezco y soy consciente de que el perdón ha venido a visitarme para regalarme La Paz, “ha estado bien hasta el momento, aunque ya es suficiente para ti de esto. Ahora toca dejarte en La Paz y perdonarte entera, dejar que yo bañe tus heridas y las adorne de calma y brisas de felicidad” eso me dice su mirada, sus caricias, su ternura.
Y en un instante de tiempo, soy consciente que nunca fui huérfana, ni viuda, sólo fueron elecciones para sanar mi dolor desde un lugar egótico, desde la separación y el juicio hacia mi misma y hacia las circunstancias que rodeaban ese lugar de sombras. Una elección de vida que me privaba de ella. Una decisión perfecta que me dejó permanecer en la soledad para poder encontrarme de nuevo, para recordar que no estoy sola, que nunca lo he estado y nunca lo estaré, pues el amor siempre camina conmigo, a mi lado, recordándome que soy una con Dios, desde el respeto a mis elecciones, entre las luces y las sombras, sin soltarme ni un solo instante.
El amor se sirve de personas, “PERSOM’S MEDICINA”, para ayudarnos a comprender, para facilitarnos el perdón a una misma, para sanar las heridas y volver al amor que somos. Personas que con sus palabras, gestos, miradas y presencia van colocando tiritas impregnadas en ungüento de vida, dejando que las heridas curen en su totalidad con el tiempo, devolviéndote a la vida.
Gracias infinitas al amor.
Gracias infinitas a mi alma y su permitir volver a su esencia.
Gracias a las PERSOM’S MEDICINA, por respetar nuestro pacto y encontrarnos en este mundo de formas, en el momento correcto y perfecto.
«Con cada trato de amor hacia mi pareja, le muestro a mi hija lo que ha de esperar de su futura pareja y elevo el estándar de lo que mi hijo debe ser como hombre al tratar a la persona con la que decida caminar en pareja»
Cuantos cuentos contados desde el mismo instante que me tuviste entre tus brazos. El lugar más seguro de mi historia, papá.Maku Sirera Pérez
Cuentan en los libros de psicología, en lienzos escritos por conocidos sabios, filósofos y eruditos de mentes inconscientes que, para una niña, su padre, es el primer amor, su primera imagen de admiración, el primer lugar donde mirarse diferente a mamá y para ella misma.
Pues si, personalmente tengo que reconocer que con los años así lo siento, mi padre, mi primer amor, la primera persona a la que admiré. Mi padre fue y sigue siendo un lugar donde mirarme para ser yo, sí, ser yo he dicho, y esto nada tiene que ver con lo masculino, no, al contrario, tiene que ver con lo femenino, con mi feminidad, con la mirada que permito de los hombres hacia mi.
El padre, es el primer lugar donde se reconoce una mujer y también un hombre, aunque éste será otro tema, hoy quiero hablar desde mi visión, desde la mirada de una niña que juega a ser mujer y a madurar para vivirme libre, y no estoy hablando de tendencias sexuales, que también, me refiero a la figura paterna y su aporte, a la importancia crucial y vital de la figura paterna en la vida de una persona y en este caso, de una mujer.
Desde esta importante figura, el padre, una niña aprende a recibir amor, sobre todo a recibirlo en las relaciones de pareja. Una niña, y digo niña en su amplio significado, aprende de mamá a dar amor, a expandirse, a completarse a ella misma para ser y sentir, a llenarse para luego regalar y dar en equilibrio. Con mamá, las mujeres aprendemos a tener la capacidad de elegir las relaciones de pareja en el «dar amor», si mamá no supo amar a los hombres, nosotras viviremos aprendiendo a amar en cada relación pactada, desde la lealtad a las mujeres de nuestro clan y a nuestra madre. Y digo que «no sabía», pues en los primeros años de vida de un ser humano, negamos la esencia primaria del ser, olvidamos lo que somos, amor, para darle paso a Ego y sus definiciones y vivirnos separados, juzgados y en búsqueda constante.
También aprendemos del amor con papá, siendo de igual importancia para vivirnos en equilibrio y elegir a la persona que nos acompañe por el camino de la relación de pareja, desde el disfrute y el amor.
Una niña aprende de papá a recibir el amor. Con él, aprendemos a permitirnos ser amadas, a elegir relaciones de pareja que reflejen la mirada de reconocimiento de lo que es y lo que creemos merecer. Aprendemos a sentirnos deseadas, atractivas, sin peticiones, sin reclamarlo, sin exigirlo y a descubrir nuestro propio reconocimiento físico, desde la independencia y la autonomía emocional.
Como papá ama a mamá, nosotras elegiremos el amor de pareja y repetiremos esa relación en nuestros escenarios, bien sea por exceso o por defecto, desde el espejo o la sombra.
Si papá no supo amar a nuestra madre, no supo amar a las mujeres y respetar su presencia, nosotras viviremos experiencias sufrientes y carentes de amor recibido. No existen culpables en las relaciones, sólo existen personas que llevan dolor en su interior o regalan amor a su entorno.
El niño que juega a ser hombre durante la vida, el hombre, aprende a recibir amor de la figura materna, de la madre, si él no aprendió a ser merecedor de recibir un amor sano, no sabrá como entregarlo, caminará por su historia en búsqueda constante hasta que tome consciencia de ello, en ese instante comenzará un maravilloso recorrido hacia la libertad de ser el mismo, sin reproches ni culpables, sintiéndose capaz de entregar lo que siempre existió en él, el amor del comienzo de la vida con una mujer, su madre. En este instante dejará de existir la separación.
Si papá fue negado, bien por falta de amor propio, por carencia de amor de las mujeres de su clan o la falta de un espacio paterno de límites y abastecimiento emocional, nosotras, viviremos ausentes de reconocimiento, viviremos con un vacío existencial que buscaremos constantemente en todas las relaciones, en especial en las relaciones de pareja.
Nuestra mente y nuestra esencia están inevitablemente unidas al perdón de toda acción que, por cualquier motivo, no nos lleve al amor. La carencia nos mantiene en un circuito, en una rotonda emocional egótica y adictiva que nos destroza inconscientemente. La buena noticia es que el camino está lleno de señales, esa rotonda emocional tiene un sinfín de salidas, «LA SEGUNDA SALIDA», «LA SIGUIENTE SALIDA», señales tales como; experiencias, frases, sucesos, películas, canciones, libros, personas que nos facilitan la salida a un paraíso propio, las “PERSOM’S”, escenarios que nos indican como retomar nuestro poder y liberarnos de ese vacío, de su ausencia y de esa búsqueda constante. Salidas que nos conducen a lo que nos merecemos, a un lugar de reconocimiento y permiso para ser amadas, un espacio donde existe el amor en toda su magnitud, esperando su fuerza para permitir el amor y recibirlo.
Como papá nos ha amado a nosotras, será nuestra relación íntima, nuestra vulnerabilidad consciente o inconsciente en el arte de la relación de pareja. Encontramos en su figura el amor propio para abrigarnos en tiempos de caos o tempestades emocionales y la capacidad abundante para «amarnos lo suficiente para levantarnos de una relación, situación o suceso doliente o sufriente», poner límites al desamor y tomar la fuerza necesaria para reconocernos en el amor que somos.
Papá es un lugar para madurar, crecer en autoestima y en reconocimiento de lo que hacemos y su recompensa. Papá protege, limita, reconoce la valía que somos y mostramos, es el éxito en nuestro interior y del merecimiento expuesto y permitido.
Papá, es ese lugar sin puertas ni ventanas, un espacio sin barbas y con la entrega del amor incondicional, que limita la mirada de ego y permite el amor abundante y equilibrado hacia nosotras mismas.
Papá, ese lugar para crecer, para ser con y por excelencia de lo merecido, aprendido y hecho. Un lugar para retribuirnos de lo relacional para un merecido disfrute y descanso.
Papá, un lugar para crecer y madurar, un lugar donde darnos la vuelta hacia nuestra propia vida, cogerla con las manos del alma y nutrir nuestros proyectos, deseos e ilusiones, abasteciendo de todo y para todo nuestro futuro.
Tomar a papá, averiguar la belleza oculta que se haya en él y tomarla, con todo lo que fue y es, aunque no ocurriera como a nosotras nos gustó o deseamos, es vital para vivirnos en un camino de éxito y disfrute.
Darle su lugar, el primero de los hombres, aunque su lugar transcurriera ausente, o vacío, o negado, o lo que fuera que ocurriese cuando éramos niñas, es de vital importancia para no descubrirnos buscando ese espacio, su figura y su significado vital en cada una de las relaciones, sobre todo en las relaciones de pareja.
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