Existen personas que son hogar y nos invitan a amar en su nombre… eternamente.
Maku Sirera Perez

Amaré en tu nombre, en el tuyo, en el nombre de la madre que fuiste para sentirme, para sentir que merezco la tierra que me sustenta, que me sostiene por siempre y para siempre, ella, que me alimenta de tanto y por tanto.

Amaré en tu nombre, en el tuyo, en el nombre del padre que fuiste para verme, para reconocerme en el éxito de ser y en el hacer, para vivir el merecimiento de lo que valgo, de mi valía y mi suficiencia en la vida, mi vida.

Amaré en vuestro nombre, en el vuestro, en el de mis padres, en el de la humanidad que forma un entero completo de lo que somos unidos, ostentando una sola bandera con un solo color que muestra, porque así lo elijo, una imagen blanca que tiñe mis manos para acariciar.

Tiñe de blanco mis brazos para abrazar.
Tiñe de blanco mi cuerpo sin dueño.
Tiñe de blanco mis pies para avanzar y alcanzar el Nirvana en un solo gesto.

Amaré en mi nombre, en el mio, en el de mi esencia de mujer válida, merecida y suficiente para salir a la vida y transitar,  pisar la tierra que camina conmigo, reconociendo cada paso avanzado,  cada tramo superado, cada escenario transcendido y cada horizonte alcanzado con tanto en mis manos, repartiendo lo que soy, desde el mismo instante del nacimiento, a poquitos, a tramitos,  a delicados pasos de sabiduría heredada en el nombre de la madre, en el nombre del padre y en el nombre de ese pacto sagrado que dio paso a mi vida, a la vida de mi hijos y la de mi nieto.

Por un momento pensé que erais inmortales,  luego abandoné esa creencia para cambiar la inmortalidad por el dolor de la pérdida. Acudi a la puerta del hogar y llamé  hasta quedarme sin voz, llamé  con los dos puños, a golpes, para que  abrierais mi hogar hasta quedar exhausta,  llamé  a golpes con mis puños hasta dejarlos abiertos y sangrantes.

Nadie me abrió,  nadie me respondió,  nadie salió  a curarme las heridas de la pérdida,  nadie asomó con su amor para levantarme de la tierra, allí, detrás de la puerta de ese lugar que creía mi hogar, nadie respondió con vida.

Y allí, envuelta en tierra, barro y sangre, sin distinguir mi humanidad, sobre el sustento de la tierra y con la mirada de la comprensión a mi alrededor, he sido consciente de que nadie abre porque nadie hay al otro lado, nada termina y nada pierdo,  todo continua en la forma con otras formas.

El amor se manifiesta de miles formas, y a veces, su forma es el silencio, en la penumbra y con el sentir de la noche oscura del alma, viene, te acaricia y se queda, te abraza tan fuerte que ya no distingues la separación.
El amor nos salva del estruendo del dolor.
El amor nos salva del silencio ensordecedor de la ausencia y la pérdida.

Hoy, el día del cumpleaños de mi amada madre, he sido consciente de su presencia, a pesar de su ausencia y de mi profundo sentimiento de horfandad, he sentido su ausencia hasta sentir su presencia, su caricia, su consuelo, su herencia existencial y su inmortalidad.

Gracias mamá y gracias papá  por ese beso que ha durado una eternidad y me ha devuelto a la vida.

Maku Sirera Pérez